domingo, 12 de marzo de 2017

Equidades

          Su madre echaba humo. Danzaba como loca poniendo el grito en el cielo. Tormenta. Así que me ofrecí dócilmente. Sé que los niños son una carga, coadyuvé y me los llevé de paseo. Hacía calor. Me tiraban del pelo, de las orejas, patadas. Mucho calor. Solo los perdí de vista un segundo, ¡solo un segundo! Los busqué afanado. Convulsé. ¡Perdidos!, bufé. Un forastero me señaló un zarzal. Me comían las moscas. Rastreé. Y los encontré haciendo el indio. No los pateé. Preví traumas. Pero me tocaron los huevos... Así que me encabrité y me quité de encima a Espíritu de la Tormenta y a Flor de la Pradera, estaba deslomado y me fui en busca del abrevadero más cercano. Tras un largo trago reflexioné sobre la conciliación familiar en nuestra sociedad y la igualdad de la mujer. Y me pregunté cómo hacía para tener el tipi siempre impoluto, las prendas de cuero remendadas, salados los bisontes, las plumas relucientes, las trenzas de los niños impecables, incluso muchas mañanas salía de caza por su cuenta. Ahora cada tarde paso al paso a por los niños, incluso cuando está nublado.

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