domingo, 23 de abril de 2017

El sueño americano

Connor es un extraordinario vendedor de viviendas del estado de California, quizás el mejor. Por eso nadie entiende que le duren tan poco los trabajos. Vende como rosquillas los pisos, casas y áticos que le asignan, pero tras una semana en la que bate todos los records de ventas, se petrifica en su escritorio y espera pacientemente la orden de despido. Tras ello, recoge sus pertenencias y las coloca en una caja de cartón: una pelota de beisbol, que conserva como recuerdo de su primera cita en el Yankee Stadium; un retrato, con la foto de Karen y el marco deslucido por el paso de los años; y un libro, un vestigio del pasado que se ha convertido en su bien más preciado.
Como tantas veces, cargado de toda la melancolía que ha sido capaz de acumular, se dirige al aparcamiento, y al volante de su viejo Cadillac, deja que sea la carretera la que dicte su destino. Acaba en un remoto lugar, lejos de todo, donde nadie pueda interrumpirle, sin ruido, aislado, en una tranquila arboleda o en las cercanías de cualquier playa poco transitada; incluso en algún camino de tierra en la montaña. No importa, solo necesita estar solo, con su libro. Allí, en compañía de su caja de cartón como único testigo, acaricia suavemente la cubierta del libro con la palma de la mano. Espera que no le falle; que cada página que pase se vaya convirtiendo en una fina losa que sepulte sus recuerdos. Y como si de una larga cuenta atrás se tratara, descubre la tapa y lee.
Prólogo... (la botella de whisky a la que lleva meses encadenado se va diluyendo en su memoria);
25... (la imagen del revólver que guarda en el cajón y con el que cada día se plantea poner fin a su pesadilla, se borra de sus recuerdos);
109... (el abrazo con el que se derrumbó en sus brazos la madre de Karen tras las primeras paladas de arena, cae en el olvido);
152... (poco a poco, el olor a hospital que tiene incrustado en sus fosas nasales se va evaporando);
219... (el diagnóstico del oncólogo después de las primeras pruebas deja de retumbar en su cabeza);
         344. De repente, unas uñas repiquetean contra el cristal de la ventanilla de su viejo Cadillac. Interrumpe su concentración, y al girarse, una sonrisa resplandeciente le hace señas para que mueva el coche, es Karen otra vez, en Nueva York, y por un instante, vuelve a ser el día que se conocieron. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario